Hacer silencio para escucharse
¿Alguna vez te has sentado en completo silencio, con los ojos cerrados, como si buscaras algo perdido adentro tuyo? No me refiero a meditar para calmarse (aunque eso también ayuda), sino a sumergirse de verdad… como quien baja por una cuerda hacia una cueva oscura que huele a humedad y a misterio.
Eso es lo que yo llamo la cámara de reflexión. Un lugar que no está en ninguna parte —ni en la montaña, ni en el desierto, ni siquiera en la biblioteca más silenciosa— sino justo ahí, donde empieza el pecho a apretar cuando te preguntás «¿quién soy realmente?»
El descenso al interior no es para cobardes
Los antiguos lo llamaban descender al infierno. Y la verdad… no estaban exagerando.
Para pensar de verdad, para conocerse, hay que aislarse. No por antisocial, sino porque el ruido de afuera no nos deja escuchar la voz de adentro. ¿Nunca te pasó estar rodeado de gente, con música, con luces… y sentirte igual vacío? Ahí entendés que el barullo externo no sirve si por dentro hay silencio de respuestas.
Ir hacia dentro da miedo. Porque ahí no hay filtros de Instagram, ni frases motivacionales, ni likes. Solo estás vos, tu esqueleto emocional, tus restos de valentía, y un pozo que parece no tener fin.
«Dentro de esta absoluta oscuridad, la lámpara de la razón ilumina sólo fragmentos de esqueleto», decía alguien que claramente había estado ahí.
Yo también lo intenté. Una vez me encerré (literal) en una habitación sin ventanas, sin teléfono, sin comida rica. Solo una libreta, agua, y pan seco. ¿Te suena exagerado? Lo es. Pero también fue uno de los momentos más duros y reveladores de mi vida. Me di cuenta de cuántas capas tenía puestas solo para que los demás no notaran mi miedo a… ¿quedarme sola conmigo?
¿Qué hay en el fondo del pozo?
¿Y qué encontramos cuando bajamos a esa oscuridad? No oro, no fama, no “éxito” (como lo entiende LinkedIn). Lo que hay —dicen los alquimistas— es la Piedra Oculta, también llamada “vitriol”. Suena mágico, pero es más simple (y más difícil): encontrar tu núcleo, tu verdad, lo que te hace ser vos… sin adornos.
“Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”.
Traducción libre: “Bajá a tus entrañas. Purificate. Encontrá la Piedra”.
Esa piedra no está allá afuera. Está adentro. Y no brilla con luz propia: se deja ver cuando uno deja de mentirse.
La gran obra de ser uno mismo
En la masonería la llaman la “piedra cúbica”. En Eleusis, era la semilla que se pudre para luego brotar. Todos hablan de lo mismo: romperse para reconstruirse.
¿Te animás?
Yo, con miedo, me animé. Y entendí que las ideas lindas que decimos de nosotros a veces son solo barniz. Que hay que pelar capas. Que la iniciación no la da ningún maestro con túnica, sino el dolor honesto y las ganas de seguir pese a todo.
La cueva y sus advertencias
La tradición cuenta que en la cueva —ese espacio sagrado donde uno se encuentra a sí mismo— hay frases grabadas en las paredes. Advertencias más que frases. Como si la cueva quisiera estar segura de que no sos un turista espiritual, sino alguien que realmente vino a mirarse sin maquillaje.
Algunas de esas frases dicen:
- “¡Si la curiosidad te ha traído hasta aquí, vete!”
Uy… qué directa. Pero es cierto: la curiosidad sola no alcanza. - “¡Si eres capaz de disimular, tiembla! Serás descubierto.”
¿Cuántas veces nos disfrazamos incluso frente al espejo? - “¡Si te gustan las distinciones humanas, vete!”
Porque acá no sos tu título, ni tu auto, ni tu número de seguidores. - “¡Si tu alma ha sentido miedo, no vayas más lejos!”
O sí… pero andá temblando, que eso también es parte del viaje.
¿Y si perseverás?
Entonces, sí. Si perseverás —dicen— serás purificado por los elementos. Saldrás del abismo de las tinieblas. Verás la Luz.
¿Suena dramático? Lo es. Pero también es profundamente real. Porque salir de la cámara de reflexión es como volver a nacer, pero con menos ilusiones… y más verdad.
Y ahora te pregunto…
- ¿Te animás a entrar a tu propia cámara?
- ¿Has estado ahí sin darte cuenta?
- ¿Qué te da más miedo: no saber quién sos, o descubrirlo?
No hay respuestas correctas. Solo hay caminos. Y todos empiezan igual: con una pausa, una pregunta, y una lámpara encendida en plena oscuridad.