La pregunta parece descabellada. También podría parecer irónica, escéptica o desamparada, aunque cada uno de nosotros se la haya planteado alguna vez y se la plantee nuevamente, sin duda alguna, de vez en cuando. ¿Hace falta plantearla aquí? Una cosa o la otra: O bien nuestro Respetable Taller sabe la respuesta y no es necesario evocar la pregunta, o bien tenemos nuestras dudas, en cuyo caso bastaría recurrir a los rituales, reflexionar sobre todo aquello que nos circunda durante nuestros trabajos y observar nuestras conductas para entender. Es allí donde encontraremos la respuesta y esta respuesta es convincente.
No obstante, los rituales, el Templo, nuestras actitudes y gestos, son idiomas y es necesario aprender los idiomas para hacerse entender. A pesar de lo que podría parecer, se trata de un aprendizaje que debe ser permanente. Un idioma que se ha asimilado pero que no usamos con suficiente frecuencia, se olvida rápidamente. Debo agregar “que no usamos con suficiente frecuencia activamente”, ya que no basta, por ejemplo, con encender la radio y dejar que fluyan palabras en inglés, alemán, ruso, etc., mientras se piensa en otra cosa y no se trata de entender sin razonar en el idioma mismo.
De esta forma, no es inútil volver de vez en cuando al “alfabeto” mismo de nuestros distintos idiomas masónicos, reanimar nuestro “vocabulario” y explicitar las “reglas gramaticales”. Y hablo de idiomas en plural porque hay por lo menos tres:
– El idioma de nuestro cuerpo (el aprendizaje iniciático pasa por la acción física, o sea, por actitudes y formas de comportamiento),
– El idioma de los emblemas, las alegorías y los símbolos (que se dirige a nuestra intuición, nuestra imaginación y nuestros sentimientos),
– El idioma de las palabras, estructurado de acuerdo con las reglas racionales aceptadas por todos (que apunta a nuestra razón).
Para recordarnos y entender mejor para qué sirve una logia masónica, debemos recordar qué es un Templo y una asamblea de masones.
Un Templo masónico es una representación del universo. El sol, la luna, las estrellas en el firmamento, la alusión a la tierra por el ángulo de la plomada, de la piedra bruta y de los metales, las referencias a los cuatro puntos cardinales, etc., están allí para nosotros y nos hacen pensar constantemente. Es un universo cerrado, alejado de todos los demás. No hay ventanas, o bien, si hay una como en la alfombra de la logia, está cerrada. Para los Francmasones, el universo es un universo delimitado y cerrado.
Un Templo masónico es, al mismo tiempo, una representación de la sociedad humana. En efecto, el Templo no es solamente el espacio acondicionado que nos rodea, sino también el conjunto de los Hermanos que lo habitan. En cada tenida, los rituales nos recuerdan que el movimiento masónico ha sido creado para reunir a todos los hombres de valor, sin discriminación de raza, condición o convicción y presagiar así una nueva y armoniosa humanidad, reunida en la fraternidad. La estructura de la logia, con sus jefes, vigilantes y obreros, se inspira en la forma de organización de todas las sociedades humanas.
Los talleres masónicos tienen una jerarquía, tal como las sociedades profanas y, al mismo tiempo, transmiten ideales de libertad para todos, de igualdad y de fraternidad. Esto puede parecer contradictorio. Los dignatarios de la logia tienen ciertas facultades y todos sus Hermanos deben guardarles respeto: no es por casualidad que el Venerable Maestro trata de usted a sus oficiales. No obstante, podemos hablar con absoluta libertad a cada Hermano, independientemente de su cargo o de cualquier otro criterio. El derecho a llevar una espada simboliza esta igualdad, que no tiene en cuenta en absoluto la diversidad de nuestras posiciones sociales o masónicas. (Cabe recordar que, en la época en que en el mundo profano solamente los aristócratas tenían derecho a llevar estas armas, en la logia compartían con gusto este derecho con todos sus Hermanos).
Por último, el Templo es una representación de cada uno de nosotros, ya que en tanto que hombres somos no solamente una parcela del universo y una parte de la humanidad, sino también un universo entero que nos pertenece. Al afirmar que el hombre es un universo, pienso en el hecho de que cada uno de nosotros está compuesto de millones de genes (huellas de nuestros antepasados), células, neuronas, que cada uno de nosotros aloja innumerables seres vivientes y que toda esta diversidad, comparable a la diversidad de la humanidad o de la tierra, con todo lo que ella lleva y nutre, y que todo esto está perfectamente organizado.
En consecuencia, el Templo es a la vez representación del universo, de la humanidad y del hombre. Nos recuerda con fuerza nuestro apego a los demás y los vínculos que nos unen a la tierra y a los mundos más allá de nuestro planeta.
Otra particularidad del Templo masónico es el hecho que simboliza el universo, la humanidad y el hombre de todos los tiempos y, en consecuencia, de forma atemporal.
El tiempo existe, el sol sale, sigue su camino y se pone; pero este tiempo es circular, como nuestro deambular durante los trabajos. Su desarrollo inmutable engloba a cada instante toda la historia del universo, incluso el pasado y el presente de todas las sociedades humanas; también nos recuerda la totalidad de nuestra historia personal, desde el primer instante hasta el último.
Los objetos que nos rodean son heteróclitos por su lugar y época de origen. Esta heterogeneidad es voluntaria y significativa. También nuestras formas de comportamiento reflejan las distintas civilizaciones del pasado y del presente. Por último, los textos rituales se inspiran en las mismas fuentes diversas. Es así que estamos al mismo tiempo en el Egipto Antiguo y en Jerusalén, en la Biblia judía, católica y protestante (a pesar de nuestro apego al laicisismo, proclamado sin descanso), por momentos también en el Oriente Medio, en India o en China; vivimos simultáneamente en el Siglo de las Luces (Iluminismo)y durante la Revolución francesa, sin olvidar nuestro mundo actual que también deja sus huellas en nuestros ritos y nuestras reglas.
En el Templo masónico, rodeados por los Hermanos de nuestro Respetable Taller, nos encontramos fuera del tiempo y del espacio. Sin embargo, no huimos del mundo. Por el contrario, el Templo, modelo reducido, nos permite entender mejor al hombre, a la humanidad y al universo en el que moramos. Casi todos nosotros hemos llegado a la Masonería para encontrar una palanca que nos permita servir mejor al hombre y a la sociedad. Esto es especialmente cierto para los Hermanos del Gran Oriente de Francia, obediencia conocida por sus inquietudes sociales y políticas.
Pero, ¿cómo actuar para influenciar el mismo mundo del que nos alejamos? Esta paradoja, que sólo es aparente, nos acecha con frecuencia durante los primeros años que siguen a nuestra iniciación. Nos asalta una vez más cada vez que nosotros mismos, o nuestra logia u obediencia, olvidamos totalmente la índole y las posibilidades de las herramientas con las que contamos y esperamos de la Masonería algo que no nos puede brindar. Nos atormenta, sobre todo, cuando la sociedad profana atraviesa crisis agudas y tenemos la impresión de ser desesperadamente impotentes. Pero no olvidemos que cuanto más alto es el obstáculo, más hay que recular para saltar mejor.
¿Cómo puede ayudarnos una logia masónica?
En primer lugar, permitiéndonos tomar distancia de nuestras preocupaciones cotidianas, alejarnos del mundo profano, liberarnos. Acercarnos a la logia nos ayuda a encontrar un equilibrio y acercarnos a la serenidad; es un acto de higiene mental.
Pero, por sobre todas las cosas, la Masonería nos ofrece una excelente ocasión de percibir la diversidad humana y enriquecernos con esta diversidad. Nos volvemos a abrir al aprendizaje; se trata de una suerte de universidad para adultos. Por sus símbolos, sus rituales y, demás está decirlo, gracias a los trabajos de los Hermanos, llegamos a entender mejor nuestro pasado, nuestro presente y nuestras perspectivas, tanto individuales como colectivas. Aprendemos a relativizar las cosas y a encontrar nuestro lugar en la comunidad humana.
De esta forma, la logia puede ser particularmente útil para nosotros. No es fácil comprender nuestro valor en relación al valor de los demás: De niños, representamos el “todo” para nuestros seres queridos; más tarde, ya adultos, pasamos brutalmente del “centro del universo” a sus márgenes más distantes, del calor al frío, del mar de amor al país inhóspito de la indiferencia. Esto explica en gran medida que la adolescencia sea una etapa dolorosa. Al darnos la oportunidad de aprender a “amar a los otros y amarnos nosotros mismos” (cita de los rituales) la Francmasonería nos ayuda a encontrar un equilibrio.
Por último, nos incita a admitir que los hombres son hermanos. Desarrollamos nuestra aptitud para ser solidarios.Todo este aprendizaje pasa, no solamente por nuestra razón, sino también por nuestro cuerpo, hasta llegar a ser un conjunto de reflejos.No es por nada que se dice que a los Francmasones se los reconoce por su conducta, por ejemplo, observando su forma de escuchar a los demás.
Sobre esta base, estamos dispuestos a trabajar juntos a pesar de, y sobre todo gracias a, nuestra increíble diversidad. Ya no tenemos necesidad de malgastar nuestras fuerzas despreciando a aquellos que no están de acuerdo. Ya no nos tienta la posibilidad de combatir sus ideas; en cambio, estamos listos para defender las nuestras sin olvidar que sólo son relativas. Quedamos, entonces, abiertos al debate, capaces de buscar un consenso y luego participar de la construcción del Templo universal. No es casualidad, entonces, que se llame a la Francmasonería “escuela de la democracia”. La democracia es la piedra fundamental del funcionamiento de la logia y, en consecuencia, brinda la posibilidad de estudiarla en la práctica, de entenderla y de asimilarla. Al participar de los trabajos de una logia, se entienden mejor las estructuras de la democracia, la especificidad de sus “luchas” por el poder, sus puntos fuertes y puntos débiles, ambos consecuencia de la diversidad de los hombres y de la naturaleza humana que no parece predestinada a esta forma de organización social. Aún así, la democracia parece seguir siendo “el peor de los sistemas, excepto todos los demás”, como decía Churchill.
Así concebida, la logia masónica deviene un laboratorio de ideas sobre el hombre y su lugar en el mundo, incluso en el universo. Sin restricciones de productividad u otras, es un lugar de investigación fundamental, y no de investigación aplicada. Cada uno realiza su propia investigación y se enriquece con la de los demás. No obstante, la logia actúa también colectivamente, sola o con otras logias e incluso con toda la obediencia, y examina problemas filosóficos, éticos o sociales que le parecen especialmente inquietantes. De esta forma, algunas se consagran a la búsqueda metafísica, otras a la investigación científica y otras a la cuestión de la justicia, etc. (Dicho sea de paso, la multiplicidad de obediencias aumenta aún más la multitud de temas que las logias masónicas pueden tratar y el número de métodos utilizables en sus investigaciones.
El problema, entonces, no es reducir el número de obediencias, sino mejorar las relaciones, los intercambios, la colaboración entre ellas). En todos estos dominios, tiene una ventaja en relación a los científicos que tratan los mismos temas en laboratorio, y otros “buscadores” profesionales. Aunque la logia sea un “laboratorio” menos especializado, la extraordinaria diversidad de conocimientos y vivencias de sus miembros le permiten no solamente buscar nuevas soluciones sino, al mismo tiempo, probarlas para prever las reacciones que sus propuestas innovadoras podrían provocar en la sociedad profana. Así, al mismo tiempo que nos enriquece a cada uno de nosotros, la logia masónica nos prepara para la acción en la ciudad y pone a disposición de esta última los resultados de sus trabajos.
Después de haber asimilado la naturaleza de la logia y las “técnicas” que usa, y solamente a partir de entonces, podremos salir de nuestro aislamiento, volver a la sociedad profana y serle más útiles de lo que le hubiéramos sido sin la Francmasonería. Raras veces nos manifestamos en tanto que logia u obediencia, ya que las circunstancias en que podemos hacerlo eficazmente sólo se presentan excepcionalmente. La masonería no ha sido concebida para inmiscuirse en la gestión de la ciudad y no está bien equipada para hacerlo. Pero aún si fuera del Templo nosotros obramos individualmente, siguiendo nuestra consciencia y nuestros conocimientos, ya no estamos solos.
Es en este sentido que la Francmasonería representa una fuerza.